Un festival de cine en un pueblo heroico

Por Ana Teresa Benjamín M.
Especial para ACAMPADOC

Primero he de decirles que, desde que llegué a La Villa de Los Santos, el domingo 20 de agosto, no
ha parado de llover. Han sido solo lloviznas, apenas las suficientes para aplacar el calor de este
pueblo que batalla contra la sequía desde hace meses, tanto que en la misa de ese mismo día
escuché al padre de la iglesia San Atanasio decir: “Mándanos, señor, el agua que tanto estamos
necesitando”.
La Villa de Los Santos es un pueblo fundado en el siglo XVI, que entre sus tesoros coloniales tiene
la iglesia de San Atanasio. Construida en 1773 y declarada monumento nacional en 1938, todos los
días, a golpe de las 5:30 de la tarde, hay tañidos desde del campanario para anunciar la misa
regular, y los que saben dicen que las campanas suenan distinto según se anuncie una boda o la
triste noticia de la muerte de un villero.
Muy cerca de la iglesia está el restaurante Brasas y traguitos. Entre un punto y otro está el Museo
de la Nacionalidad, que ocupa la misma casa en la que se firmó el Acta de Independencia de La
Villa de Los Santos, el 10 de noviembre de 1821. En Brasas y traguitos vimos el documental
Wayuri porque, como les contaba al principio, en La Villa no ha parado de llover y se hizo
imposible la tanda de cine gratuito en el Parque Simón Bolívar.
Wayuri es una película para alimentar la utopía. Es la historia de la Red de Comunicadores
Indígenas de Río Negro que, ante el aislamiento, la proliferación de noticias falsas y la necesidad
de compartir información relevante, se ha organizado para capacitar a las personas interesadas y
pertenecientes a los 23 grupos étnicos de la región, para que puedan informar sobre los
acontecimientos y proyectos que se realizan selva adentro. De esta forma, la Red Wayuri anuncia
desde la realización de asambleas comunitarias y el aumento de los casos de paludismo en
determinada región; hasta denuncias sobre la expansión de la minería ilegal y mejoras en los
servicios de salud.
En el documental se muestra cómo, durante la pandemia por COVID-19, la Red Wayuri sirvió para
desmentir rumores, promover hábitos seguros y movilizar a las comunidades para la vacunación.
Se trata, en últimas, de un proyecto que busca construir y fortalecer la ciudadanía, porque sólo
con buena información las comunidades pueden incidir en las decisiones que afectan su vidas.
En este sentido, se me ocurre que la decisión que tomaron este año los organizadores del XII
Festival Internacional de Cine Documental (ACAMPADOC) va en el mismo sentido: en la necesidad
de empoderar a la población con información pertinente sobre asuntos que, aunque a veces
parecen lejanos, ocurren muy cerca de donde vivimos. Digo esto porque, además de las
proyecciones al aire libre -o en Brasas y traguitos, si llueve- ACAMPADOC planificó varias
presentaciones en la sede santeña de la Universidad Tecnológica de Panamá (UTP), dirigida a estudiantes de sus diversas carreras: Sistemas, Electromecánica, Edificaciones, Ingeniería
Industrial.
Entre los documentales compartidos estuvieron El tren y la península, La serpiente de Shelmeca y
La ilusión de la abundancia, tres películas que muestran cómo la noción moderna de progreso y el
afán desmedido por el crecimiento económico terminan produciendo modos de vida irracionales y
suicidas.
En El tren y la península, por ejemplo, se cuestiona el proyecto del llamado “tren maya”, que
atravesará territorio indígena y promete empleo y desarrollo, dos promesas muy recurridas
cuando se planean grandes proyectos de infraestructura, pero que no siempre se traducen en
mejoras en la calidad de vida. En el documental se presentan los casos de Cancún y Tulum, dos
regiones mayas que se entregaron a la industria turística, pero cuyos habitantes ancestrales han
recibido poco a cambio. De hecho, varios resienten la dependencia en el turismo (exacerbada
durante la pandemia), la pérdida de su territorio y hasta la comercialización de los rituales.
La ilusión de la abundancia, por su parte, tiene el estilo de un reportaje periodístico y denuncia, a
través de tres casos en tres países diferentes, la corrupción entre los Estados y las empresas y
cómo estos desembocan en injusticia ambiental, vulneración de derechos y hasta el asesinato. El
documental provoca rabia e impotencia, porque se constatan las luchas desiguales entre
campesinos, comunidades indígenas y poblaciones con grandes empresas mineras o con intereses
en el mercado eléctrico.
El Festival ACAMPADOC se extiende hasta el sábado 26 de agosto así que atentos: aún falta mucho
por contar.

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